Suelos empobrecidos e inundaciones

Plantación de soja en Paso Picón, Canelones. (Foto de Sando Pereyra, La Diaria)

El biólogo y ecólogo Mauro Berazategui escribe sobre la relación entre suelos empobrecidos, glifosato e inundaciones.

Mauro Berazategui (*), en La Diaria 2/7/2019.

Hace poco más de un mes se publicó en La Diaria una nota al respecto de un artículo científico que señalaba el empobrecimiento de los suelos agrícolas del país. En ese artículo se describen cambios en acidez (pH), concentración de varios iones y de materia orgánica en muestras de suelo obtenidas en el período de 2002 a 2014, concluyendo que “el proceso de expansión/intensificación agrícola en Uruguay ha excedido el límite sostenible entre la producción agrícola y el deterioro de suelos, incrementando la degradación de las capacidades potenciales de producción agrícola”. La nota provocó la respuesta de varios científicos, particularmente debido a las declaraciones de uno de sus autores respecto del rol de la fertilización sobre las floraciones de cianobacterias. En el presente caso voy a plantear un debate tomando como punto de partida el artículo referido, pero discutiendo esta vez sobre la disminución en contenido de materia orgánica asociada al uso agrícola intensivo, cual fuera reportado en el artículo científico, y algunas consecuencias sobre la regulación del ciclo hidrológico.

Suelos esponjosos y glifosato

La materia orgánica de los suelos mantiene al suelo agregado, grumoso, destacándose en este aspecto sustancias como las glomalinas, que son producidas por hongos micorríticos. Un suelo agregado no compactado es un suelo de buena calidad, esponjoso, que deja circular el aire y retiene humedad. Por tanto, es ideal para el establecimiento de la vegetación, bacterias, hongos, invertebrados e incluso vertebrados como víboras ciegas, mulitas y tucu-tucus. Obviamente, ese suelo agregado y grumoso es ideal también para el uso agrícola.

Cuando se laborea un campo se desagrega el suelo mecánicamente, y es conocida la degradación de suelos asociada al uso continuo del arado (erosión, pérdida de estructura). Para evitar este efecto, se adoptan sistemas de laboreo mínimo o nulo. En la región, asociado al boom agrícola disparado por la demanda mundial de granos, se adoptó y masificó el barbecho químico basado en la aplicación de herbicidas, principalmente a base de glifosato. Con glifosato se prepara la tierra para la siembra y con glifosato se controlan las plantas que compiten con el cultivo, siendo este habitualmente un organismo transgénico resistente al propio glifosato.

La práctica del laboreo químico se extendió a otras áreas, como la implantación y mantenimiento de pasturas artificiales en la ganadería (lo cual es técnicamente agricultura, aunque en lugar de cosecharse a máquina se cosecha con ganado). El problema es que, si bien bajo esta práctica no se desagrega mecánicamente el suelo, el glifosato ha sido señalado como perjudicial para los hongos micorríticos, disminuyendo su viabilidad y capacidad de asociación con la vegetación (por lo que son más conocidos) y afectando la producción de glomalinas que mantengan esa estructura granular, grumosa, de un suelo sano. Como las glomalinas presentan una gran persistencia (al igual que otros componentes de la fracción orgánica de suelos, como las sustancias húmicas), los efectos de su escasez en la estructura de los suelos pueden llegar a ser evidentes recién años después de afectada su producción.

Costra impermeabilizante

Otra forma de desagregación de suelos tiene que ver con la exposición a la intemperie, como ocurre entre el laboreo y el brote de los cultivos. La acción mecánica de las precipitaciones, al desagregar los conglomerados del suelo expuesto, produce la formación de una costra superficial compacta, en un proceso denominado encostramiento. Esta costra disminuye en forma importante la infiltración de las precipitaciones, produce encharcamiento e incrementa la escorrentía superficial, haciendo inefectivo el aprovechamiento de las precipitaciones por los propios cultivos. El agua no entra al suelo compactado, sino que escurre superficialmente sin que implique necesariamente un incremento en el arrastre de sedimentos, debido fundamentalmente al propio encostramiento.

En casos extremos, en suelos con granulometrías finas, el suelo compactado al secarse queda duro y prácticamente impermeable. En suelos arenosos esto es un poco diferente. En estos casos, la materia orgánica actúa como retén de agua que la fracción mineral no logra retener, y la desagregación implica a menudo un incremento en la infiltración y/o en la escorrentía subsuperficial.

Consecuencias

Y ahora la pregunta, ¿a dónde voy con todo esto? En el artículo que se analizaba en la nota de mayo se reportó que los suelos bajo actividad agrícola están perdiendo materia orgánica (además de acidificarse, perder fertilidad, etcétera), algo que no es excepcional dado el uso intensivo al que se están sometiendo algunos suelos. Esto soporta en buena medida las advertencias respecto del agotamiento de recursos renovables cuando son explotados como si no lo fueran: muchos de nuestros agricultores están haciendo minería de suelos.

También voy a retomar algo que dije antes: la desagregación de suelos agrícolas conduce a una inefectividad en el aprovechamiento de los propios cultivos del agua precipitada. Quiero contextualizar esta afirmación en el escenario de la vigente ley de riego, que propone subsidios a la implementación del riego como soporte en situaciones de déficit hídrico. Si la propia actividad agrícola, planteada en la mayoría de los casos como cultivos intensivos de secano, produce déficit hídrico por compactación y degradación de suelos, entonces los agricultores que adopten el riego aprovechando los subsidios para intensificar su producción tienen una buena chance de terminar siendo adictos a este. Este escenario así planteado implicaría costos ambientales y económicos enormes, tanto para el sector productivo involucrado como para el conjunto de la sociedad.

Finalmente, voy a decir que tanto en el caso de los incrementos en la escorrentía superficial, asociada a la compactación y encostramiento de suelos agrícolas, como en el incremento de la escorrentía subsuperficial, asociada a suelos arenosos, se pueden vincular incrementos en los caudales de los cursos de agua en eventos de precipitación y en la velocidad de las crecidas con la pérdida de materia orgánica en los suelos. En el caso de la urbanización es mucho más sencillo de entender y está bien documentado qué es lo que ocurre cuando se impermeabilizan los suelos respecto de los volúmenes y velocidad de las inundaciones corriente abajo de los desagües pluviales. Quizá sin mucho esfuerzo se puede intentar comprender por qué de pronto nos encontramos en menos de dos décadas de intensificación agrícola con eventos recurrentes de inundaciones que rivalizan o superan la legendaria de 1959.

Ahora le tocará a otro escribir sobre las maneras de recuperar estos suelos degradados. Que por supuesto las hay.

* Mauro Berazategui es biólogo con maestría en Ecología, docente de Ecología de Paisaje en el CURE Maldonado de la Universidad de la República.